Tres camionetas suburbans, bien enceradas, de llantas anchas, con un brillo encendido, típicas de los autos blindados, le cierran el paso al convoy del actual candidato presidencial de la llamada izquierda mexicana. Todo el equipo político se atraganta de saliva, López Obrador respira hondo.
Redacción/Notinfomex/Nacional
Era un día soleado, un grupo de zopilotes volaban en circulo, el aire soplaba de sur a norte y las llantas giraban a 90 kilometros por hora. Poco antes de llegar a la cabecera de Luvianos, un municipio de tierra caliente al sur del Estado de México en el que los Zetas y la familia michoacana se han matado más de 1000 veces, la camioneta de Andrés Manuel López Obrador tuvo que bajar la velocidad hasta detenerse. Tenía enfrente un retén comandado por varios hombres armados encapuchados con ametralladoras y fusiles de asalto. Sus trocas negras de lujo copaban el camino. El precandidato presidencial y los demás tripulantes del convoy politíco se intimidaron y se pusieron nerviosos. López Obrador no llevaba escoltas sólo su chofer que portaba unas esposas y una macana.
Con toda calma un hombre de alrededor de 1.75 metros de altura, encapuchado y armado hasta los dientes, se desprendió del retén y se acercó a la parte delantera de la camioneta Ford, sin blindaje y de reciente modelo en la cual el tabasqueño recorría el Estado de México por esos días de junio, unas semanas antes de las elecciones para gobernador, previstas para llevarse a cabo el 3 de julio de 2011. López Obrador abrió la ventana. Y comprobó que hasta los sicarios están atentos de los movimientos políticos.
--“Buenas tardes”, dijo el ex jefe de Gobierno Capitalino y actual candidato presidencial.
--“Buenas tardes, licenciado López Obrador”, respondió el sicario con el arma entre las manos. Iba vestido de civil y quedaba claro que no pertenecía ni al Ejército, ni a la Policía Federal, ni a la marina armada de México. Tampoco pertenecia a ninguna corporación policíaca municipal o estatal. Miró su reloj y replicó “Señor Andrés Manuel, ya viene retrasado. Lo estábamos esperando desde hace rato”.
En la camioneta todos tragaron saliva y respiraban cada vez más rapido, pareció que todos se atragantaron de saliva. Estaban César Yáñez, coordinador de comunicación del entonces llamado gobierno legítimo, José Ramón López Beltrán, hijo mayor del perredista, Alberto Rojas, chofer en turno y Polimnia Romana, asistente personal de López Obrador.
López Obrador no perdió la calma. “Sí, sí, gracias”, le dijo al hombre con pasamontaña que llevaba el arma. Al final, se les franqueó el paso. “Váyase al mitin”, dijo el hombre, a cuya orden las camionetas suburban negras se echaron en reversa y abrieron la vía. La escena la describe la propia asistente personal del ahora por segunda vez, candidato a presidente de México, testigo presencial de los hechos.
“(Ese día) Rojitas iba al frente con López Obrador, manejando. En la parte de atrás, César Yañez, José Ramón y yo”, afirma recordar. No había más vehículos en la carretera y estaban solos en un camino secundario, no demasiado lejos de la frontera entre Michoacán y el Estado de México, territorio fértil de levantones y asesinatos. “No era el primer retén que nos paraba. Fue una gira muy intensa y nos tocó toparnos con casi todo tipo de retenes: el militar, el de la federal y el de los señores que se dedican a eso. Y todos nos saludaban bien”.
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